lunes, 5 de octubre de 2009

Cash is not Emotion


No voy a hacer una crónica del partido de ayer. Hace mucho que el fútbol pasó de tener interés para mi, a mera distracción ocasional. Las cosas pueden gustar en un rango casi infinito, que se agranda a medida que tenemos conocimiento sobre el tema en cuestión; de ahí que un carpintero disfrutará muchos más de contemplar un mueble perfectamente acabado que alguien que jamás lijó un tablón.



Yo no he jugado al fútbol en un equipo medianamente serio, pero he visto los suficientes partidos como para saber que un gol se puede celebrar de muchas formas, tantas como posibles combinaciones se den entre unas cuantas variables que yo divido en dos: interiores y exteriores al propio jugador. Las interiores son básicamente las que componen la personalidad del jugador: los hay pusilánimes, como Juanito, el exbético; ardientes, como Stoichkov...etc etc. Y las exteriores son las que no dependen del propio jugador: su lugar de nacimiento con respecto al equipo dónde juegue, el tiempo que lleve jugando en un equipo o ciudad...etc.



Toda esta perorata es necesaria para exponer lo que ayer me rondaba la cabeza cuando acabó el partido. El Sevilla ganó al R. Madrid y por encima de todo lo que ello significa (seas o no sevillista), en mi cabeza se repetía una imagen que me retrotraía a otra más antigua, tanto que yo no era más que un niño de 2 años. Fue en el minuto 69' del partido Italia - Alemania Federal, final del mundial de España en 1982. Marco Tardelli marcaba el 2:0 que casi aseguraba el mundial para Italia. Imagino que muchos se acordaran, no del gol, que fue una normalidad o casi una mediocridad porque es fruto de un mal control acompañado de un resbalón al chutar. Pero el tiro fue seco hacia el ángulo inferior izquierda de la portería alemana; Schumacher ni se movió. Lo importante venía justo después. Si miráis a la cara de Tardelli, tarda un segundo en ser consciente de donde estaba y de lo que había hecho. Cuando calló en la cuenta y sus piernas le dieron para salir corriendo a ninguna parte, estalló la emoción...pero no os lo voy a contar yo, que os lo cuente él:




Marco Tardelli llevaba puesta su camiseta. Ayer en el Sánchez Pizjuan también hubo un chaval que llevaba su camiseta. Ésa que se lleva puesta aún cuando estás desnudo; esa que va por debajo de la piel, ésa que no se ve pero es la que más se siente. Esa que corre por las venas y que poco o nada tiene que ver con divisas, rubros, empréstitos, créditos bancarios, ni con Pérez ni con Florentino...seguramente éste también se diera cuenta, y quizá también como yo se acordara de de Marco Tardelli...o de cómo le gustaría que Cristiano Ronaldo no le hubiera costado tanto dinero y tan pocos sentimientos. Porque esa rabia, ese pundonor que ayer se proyectaba de ese cuerpo pequeño y ágil se hace a fuego lento. A base de mañanas de sol, de tardes de plazoleta y pelotazo, de carreras en la ciudad deportiva, de "olés y palmas en el Pizjuan", de sentido colectivo, de escudo por encima de un nombre y de ser, como dijo el columnista; "Carne de Nervión".

De seguro que C.Ronaldo, o Kaká, o Benzemá...etc, etc, marcarán muchos más goles que Navas en esta temporada, seguramente sean más importantes que éste del que hablo y definitivamente habrán muchas más personas viéndolos a ellos que al moñiguero...pero jamás, ni por asomo, tendrán tantas razones como Navas para celebrar un gol así,como él lo hizo y como ellos sueñan hacer.





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