martes, 17 de noviembre de 2009

Una tarde con mi abuelo.

Estoy en la habitación 226 del Hospital de Valme. El paciente es mi abuelo. Tiene 90 años. Está colostomizado y además orina por una sonda desde hace 5 años. Son números que circunvalan las medias, porque según los médicos pocos son los que pueden contar tantos días en su haber con tales problemas de fluidos orgánicos. Entre la fortaleza y la suerte están encontradas las apuestas de los facultativos que aparecen con cuenta gotas.

Cualquier galeno que pase por ese pasillo, lleno de voces anónimas y móviles mal educados, puede pararse quizá unos segundos ante tales datos…no más, al fin y al cabo se trata de un abuelito, como ellos los llaman; y los casos quirúrgicos interesantes no suelen estar en ese arco de edad. Para mi esos “datos” son una pavada, una pamplina, una menudencia si atendemos a lo importante, a lo personal, a eso que cada vez más se sumerge en el olvido de esta sociedad de prisas, de comisiones e intereses por encima de lo demás. Del “yo” antes y después de lo demás.

Si en esta habitación hubiera un espectrograma de la dignidad, habría que cambiarlo cada cinco minutos; porque de esa mi abuelo va sobrado. Los niveles se saturarían y los médicos más potentados del país no se retirarían de su cama ni un instante. Se enorgullecerían tan sólo con poder contar que lo vieron respirar, entre cafés algún atrevido de entre ellos se arriesgaría incluso a aseverar que el vejete le guiñó un ojo, o al menos eso le pareció. Sus gasas y sondas se convertirían en el mismo instante que lo rozaran en auténticas reliquias, codiciadas y hasta bien tasadas en el mercado negro. Y a nosotros, sus familiares, vendrían todos los medios nacionales e internacionales exigiendo entrevistas e intervenciones vía satélite para sus boletines grises de política y noticias sin alma.

A mi abuelo le sobra dignidad, regala entereza, tiene esa majestad en el saber vivir que lo hace respetable y noble. “¡Cuántas cosas ha visto uno!” me dice, después de hablarme del 20 de Marzo de 1938, que fue cuando lo mandaron a la Guerra; “con 18 años recién cumplidos y sin haber dado un tiro en mi vida; hasta Martos nos mandaron en tren, más pa’llá no se podía”. Yo le pregunto sin parar y él no se cansa de contarme: en qué casa nació, el equipo de fútbol del pueblo cuando él era un chiquillo, los de su quinta, “que apenas queda alguno”, los que cayeron después de la Guerra sin haber hecho nada. El estraperlo, la obligación de esconder la harina y el trigo para poder subsistir con los hornos de pan que habían en la casa…infinidad de penurias y necesidades pasadas y superadas como buenamente se pudo.

Y aquí estamos nosotros. Quejándonos amargamente cuando nos sale un grano, cuando se nos estropea el coche, cuando se va la luz, ¡oh, dios mío que no me funciona el portátil!, ¡qué será de mi si no para el autobús!. Él sale a la calle con dos bolsas colgando del cuerpo, una para la orina y otra para los excrementos, pero os puedo asegurar que nadie lo nota. Lo que sí nota la gente es su olor, su colonia, que no es de Emporio Armani, pero no falla un día. Sus camisas bien planchadas y sus pantalones con la raya esculpida por la mitad. Tan derecho como le dejan sus dolores y ahí va, calle adelante, sin ningún complejo y con la vida por montera, hablando con todos y respetando a cualquiera.

90 años y sigue afeitándose solo. Ése debería ser el titular de portada en El País…aunque tanta dignidad sonrojaría a muchos.Sí, mejor dejarlo como está.

2 comentarios:

  1. junlus, soy er pradita, por fin me he podido hacer con una cuenta de no se qué para poder darte una opinion de vez en cuando, al menos un oooleeee!!!! el primero por lo que has escrito de tu gran abuelo, me ha emocionao tela, espero que ande bien el grande de los grandes, ese que pillamos por ahi de cachondeo por chipiona mientras nosotros ibamos en faldas recien levantao con la cara tizná... precioso juanlu, digno de todo un cronopio como tú... te quiero

    ResponderEliminar
  2. muchas gracias amigo...recuerdo una vez que escribiste sobre tu abuelo padre, cuando se sentaba debajo de la higuera en el campo. Recuerdo muy bien aquello que escribiste y de él también. Cuánto hubieras hablado ahora con él y cuántas cosas nos hubiera enseñado. Un abrazo que ya mismo te veo.

    ResponderEliminar